miércoles, 30 de abril de 2014

A LOS 30 DÍAS DE LA PARTIDA DE TÍO PEDRO

Pedro Domínguez

Por Alci de la Rosa Domínguez

Aún tengo en mi mesa de trabajo el recordatorio de la muerte de nuestro querido e inolvidable tío, Pedro Domínguez (Pedro Antonio Domínguez Tejeda), acaecida en San Cristóbal el 30 de marzo y sus restos mortales sepultados al día siguiente en el Cementerio Municipal de Cambita El Pueblecito, en donde reposan también los cuerpos de sus padres Inocencia Tejeda (Mama Cen) y José de los Santos Domínguez (Papá Viejo), hermanos y otros familiares.

Nuestro tío que no tuvo la dicha de cursar una escolaridad regular debido a su humilde origen, llegando a penas a los primeros cursos de la primaria, a base de lectura y buen roce social se convirtió en todo un intelectual autodidacto con un conocimiento amplio sobre los más variados temas que nos dejaban perplejos cuando interactuábamos con él, además que era una especie de maestro de gramática indicando siempre los errores lexicográficos en que incurríamos sus sobrinos.

El segmento de vida que nos tocó vivir juntos en actividades de comercio y familiares pudimos calibrar su gran personalidad fuera de toda ambición material, siendo un compañero ideal para los momentos de diversión en que mostraba su buen gusto por la música, tanto de los valores nuestros como de los extrajeros, enseñanza que nos has sevido para toda la vida. 

Tío Pedro siempre fue distinguido y respetado en todos los círculos sociales por su excelente comportamiento que era paradigma de enseñanza, ya que hasta para tomar un tenedor y un cuchillo en una mesa tenía arte y elegancia. Sus años mozos y de madurez los vivió en Cambita Garabito en donde terciaba con los más entendidos de la actualidad de esa época; motivado por el crecimiento de la familia se va residir a San Cristóbal en donde se desempeñaba en las actividades del comercio, sentando reales hasta el último hálito de su existencia. 

La última vez que lo vi con vida fue en Cedimat en su habitación de enfermo y noté en sus ojos una paz interior de aquel que está convencido del proceso natural por el que todos tenemos tarde que temprano pasar y seguro de hacia donde partía, entregado en el ocaso de vida al evangelio, devoción heredada de sus padres.

Fue un consejero sereno para frenar esos ímpetus incontrolables que surgen en la rebelde juventud y para desarticular las debilidades mundanas de los seres humanos. Y como todavía recibo sus buenas enseñanzas para cuando tenga que tomar una decisión en determinados momentos de mi vida, aún tengo en mi mesa de trabajo el recordatorio de su muerte...  

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