domingo, 6 de enero de 2013

EDUARTO BRITO A LOS 67 AÑOS DE SU MUERTE: "YO CANTARÉ QUE MI VIDA ES CANTAR"

Eduardo Brito, el superbo barítono dominicano

Por Alci de la Rosa

¡MURIÓ BRITO, YA SALIMOS DE ESE LOCAZO! ESA FUE LA EXPRESIÓN DE UN EMPLEADO DEL MANICOMIO DE NIGUA CUANDO EL SUPERBO BARÍTONO EDUARDO BRITO EXPIRÓ EL ÚLTIMO ALIENTO EL 5 DE ENERO DE 1946.

Ni ese servidor público ni la gerencia de ese establecimiento de salud tenían conciencia del valor nacional que representaba el malogrado artista víctima de una agresiva sífilis que le afecto la masa cerebral dislocando sus sentidos.

"Yo cantaré que mi vida es cantar", así reza uno de los versos de una romanza de la zarzuela "La Virgen Morena" de los cubanos Eliseo Grenet (Música) y Aurealio G. Riancho (Texto) y que fue estrenada en Barcelona teniendo como figura central al hoy Cantante Nacional Dominicano.

¡Y en ese verso se resume la vida de Eduardo Brito! Sí, él nació para cantar y cantar bien y bonito ya que tan solo eso le deparó la Providencia para abrirse paso en la vida porque su génesis parte de una paupérrima pareja campesina que apenas tenía para comer de un pequeño cultivo, integrada por Liboria Aragonez y Julián Alvarez. ¿Y entonces eso de Brito? Su nombre de pila fue Eleuterio pero ya remontándose a la fama adoptó para más fácil pronunciación Eduardo y como apellido el segundo de su papá.

Su padre, todo un "pica flor" de su época abandonó la familia cuando Brito todavía no llegaba a los diez años y desde esa edad ya él inventaba rústicos instrumentos para entonar coplillas campesinas y desde entonce comenzó a cantar para no parar jamás.

Su madre se lleva la familia a Cañada Honda y luego a Puerto Plata y a los 16 años de edad el inquieto cantor se escapa a vivir a Santiago de los Caballeros y asume el oficio de limpiabotas y mientras brillaba los calzados de sus clientes entonaba las canciones del momento con su fenomenal caudal de voz que de inmediato asombraba a todos sus clientes que le pedían que ingresara a una escuela de canto, pero era analfabeto y eso lo contenía.

Pero su destino era el canto y estaba sellado así y las serenatas a la mujer amada estaba en boga y muchos fueron los que contrataron a Brito para llevar el canto a la ventana de su pretendida y en ese trajín comenzó a codearse con artistas descollantes como Chita Jiménez, Piro Valerio, Bienvenido Troncoso hasta hacer contacto con las máximas figuras de la época Salvador Sturla, Julio Alberto Hernández y Don Luis Rivera, entre otros, que sabían que ese muchacho era un diamante sin pulimento.

Desde ahí en adelante la voz prodigiosa de Eduardo Brito, que tanto cantaba un son, una criolla, un bolero, un merengue como una romanza o aria del bell canto, se impuso en los más prestigiosos centros de diversión de Santiago y Ciudad Trujillo hoy de nuevo Santo Domingo.

Pero su fama no quedó ahí trascendió allende los mares a Puerto Rico, Haití, Curazao, Colombia, Venezuela, Cuba, Nueva York y se remonta a Europa, especialmente en España, debutando en Barcelona de la mano del cubano Eliseo Grenet en su zarzuela La Virgen Morena que contiene las romanzas "Lamento Esclavo" y "Mi vida es cantar" cuya magnífica interpretación levantaba el público de sus asientos obligando al cantor a repetirlas varias veces.

Otra memorable Zarzuela que Brito encumbró como ningún otro intérprete fue Los Gavilanes con texto de José Ramos Martín y música de Jacinto Guerrero en la cual el cantor nacido en el Higo de Nava, sección Blanco de Luperón, 21 de enero de 1905, hace una interpretación de la romanza "Mi aldea" o "El regreso de Juan" que es única, incomparable e inimitable. Katiuska, La Tosca también fueron protagonizadas por nuestro Cantante Nacional.

Estos resonantes triunfos reclamaron a Eduardo Brito hacia los prestigiosos escenarios de otros países del área como Francia, Rumanía, Hungría Checoeslovaquia, Bélgica, Italia y Yugoslavia en donde quedó plasmada la alta calidad artística del prodigioso barítono dominicano.

En una aventura de faldas contrajo el microbio de la sífilis que poco a poco, y a pesar de los fuertes medicamentos que le suministraban, fue mermando su salud física y mental hasta caer en una miseria absoluta y recluido finalmente en el Manicomio de Nigua donde murió en una desgarrante soledad sin la presencia tan siquiera de la mujer que él amó y que llevó a la fama, Maria Elena Bobadilla.

Pero Eduardo Brito nació para cantar a través de los siglos porque la magia del disco lo ha eternizado y su canto es reproducido en todas partes del mundo en los modernos aparatos de hoy y su nombre se inmortaliza y brilla con esplendor en nuestra más elevada sala artística El Teatro Nacional. 

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