jueves, 14 de julio de 2011

El Show del Mediodía se originó en Cuba‏

Estudio de Televisión

Colaboración de Ramón Sanabia desde Boston, USA.

¿Era tan buena la televisión cubana de antaño?

ARTURO ARIAS-POLO (aarias-polo@elnuevoherald.com)

Se sabe que en materia de gustos no hay nada escrito. Y si de televisión se trata, cuando pasamos los 50 comenzamos a decir que “como aquella televisión de antes no hay ninguna”.

Hace unos días, descubrí en Youtube un kinescopio del debut de Libertad Lamarque en la televisión durante una visita que realizó a La Habana en la década de 1950. Nerviosa en un medio que, según le dice al público, no dominaba, la Novia de América salió airosa de la prueba gracias a su simpatía, su diálogo con el tenor cubano René Cabell y el poder de sus interpretaciones.

Lamarque no fue la única que actuó por primera vez ante las cámaras de televisión en Cuba. Quienes recuerdan el paso de Sarita Montiel, en pleno ascenso al estrellato, afirman que tampoco pudo ocultar sus nervios en “su primera vez” en un programa de Gaspar Pumarejo, el pionero de los programas de concursos y los sorpresivos reencuentros televisados entre la gente común.

Por esa misma época, Dolores del Río olvidó su libreto y simuló un desmayo que disparó los índices de teleaudiencia. Las trasmisiones eran en vivo y no había “toma 2”.

Pero esos incidentes se pierden en el recuerdo. El volumen de artistas extranjeros que semanalmente transitó por la televisión cubana en su primera década, la aparición de estrellas del patio, nuevos valores y la creciente competencia entre los patrocinadores aumentó el prestigio de la isla como meca del entretenimiento. Sobre todo porque la televisión llegó a Cuba antes que a España, Centro y Sudamérica.

Pedro Vargas, Liberace, Lola Flores, Arturo de Córdova y Lucho Gatica - a quien Pumarejo logró reencontrar con su madre durante una trasmisión en vivo desde el Stadium de La Habana-, recibieron el beneplácito de los televidentes cubanos y compartieron con sus colegas del país.

El reto que implicó trasmitir en vivo aguzó la imaginación de técnicos, productores y artistas desde 1950. Y pese a las limitaciones de la época, se hicieron hazañas increíbles para atrapar la atención de los anunciantes y televidentes. En poco tiempo, Cuba comenzó a exportar personal especializado a varios países latinoamericanos.

A diferencia de lo que vemos hoy en la mayoría de los canales hispanos de televisión abierta en Estados Unidos, donde se evita correr riesgos, la programación televisiva de la Cuba de ayer era para todos los gustos. Los programadores no tenían prejuicios en presentar obras del repertorio universal en El gran teatro del sábado, óperas, zarzuelas, ballet clásico y conciertos de música “culta” ¡en horarios estelares!, a la par de las telenovelas, programas de concurso o un sitcom de alcance popular al estilo de Mi esposo favorito, una versión tropical de I Love Lucy.

¿Quién se atrevería hoy a programar una ópera que no fuera PBS? ¿O los televidentes de hace 60 años aspiraban a ser más ilustrados?

Lo cierto es que era evidente que el propósito educativo de los gestores del medio en Cuba no estaba reñido con el entretenimiento. Basta con hojear una revista de la época, la escasa literatura especializada, registrar los archivos fotográficos o escuchar testimonios de quienes protagonizaron los programas para comprobarlo.

En los fragmentos de espacios de corte ligero que podemos ver gracias al “catálogo” de Youtube, notaremos que la ingeniosidad de los libretos y el oficio de las figuras que aparecen en Jueves de Partagás, El show del mediodía, La taberna de Pedro y los anuncios comerciales, por sólo mencionar algunos casos, suplen la ausencia del color, la rigidez de la cámara y los decorados de cartón. Lo triste es que si comparamos esos programas –santificados por la nostalgia de una Cuba que no volverá– con los que hoy se producen en nuestros canales locales notaremos que la television “cubana” del exilio queda en desventaja.

La costumbre de complacer al televidente común con contenidos variados prevaleció hasta bien entrada la década de 1960, amén del giro que experimentó la televisión cubana cuando se convirtió en vehículo para la “educación ideológica del pueblo”.

Pese a la abolición de la libre empresa, y la partida al exilio de los patrocinadores y buena parte de los actores, directores, músicos y periodistas, entre algunos que permanecieron al frente de los programas prevaleció el deseo de continuar la tradición a despecho de las censuras, las persecuciones y purgas que sufrió el sector artístico bajo el nuevo régimen.

Aún no se ha escrito la historia de cómo se destruyeron materiales de indudable valor por culpa del ensañamiento en contra de quienes se fueron al exilio, la ignorancia de muchos y el inevitable paso del tiempo. •

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